por Fernando Alfón
El ingenio popular suele nombrar las cosas con
aciertos; pero ha sido injusto, quizá, con Frank Kafka al llamar kafkiano todo
aquello que aquel condenó y acaso a lo que no hubiera deseado que se lo
identificara: la burocracia y el oprobio. No sucede lo mismo con Sade, quien
procuró regirse por aquello que hoy se alude con su nombre: el marqués era un
sádico. Esta afirmación, no obstante, debe ponerse en duda. Veamos.
Filosofía
en el tocador versa sobre la iniciación en la vida libertina de Eugénie, virgen
de quince años; sus instructores procuran que se instruya sobre los excesos del
erotismo, el placer que emana del dolor, la sumisión, la blasfemia, el egoísmo,
el repudio a los padres, el incesto, el odio y el crimen. Y lo logran con
creces: cuando presentan a Eugénie formas más encendidas de crueldad y lujuria,
la niña (recién iniciada) acepta y redobla el desafío. Los consejos se
acompañan de ejemplos prácticos, de modo que al teorema de la voluptuosidad le siguen
actos voluptuosos, a la disquisición sobre el incesto: el incesto.
El
marqués ha escrito en algún lado: «Me dirijo solo a aquellos que son capaces de
entenderme, y me leen sin peligro». Sospecho que leerlo redunda en algún tipo
de riesgo, pero estoy seguro de que dudamos en torno a lo que quiso
expresarnos. De la lectura de Filosofía..., por ejemplo, se puede amparar dos
hipótesis. Primera: Sade no es cruel, sino que, al recrear la crueldad de forma
extrema, pretende evidenciar su inconveniencia, su inmoralidad. Segunda: Sade
es cruel, pero presenta la crueldad de tal forma que nadie desearía adoptarla.
Ambas hipótesis producen lo mismo, desdeñar el sadismo. En el quinto diálogo de
la Filosofía...
inserta una arenga política donde se promueve la apostasía, el robo, la
calumnia, el sometimiento de los débiles, la violación, el infanticidio, el
asesinato y el francocentrismo; todo ello, aclara el folleto, para volver al
estado de naturaleza originaria.
Pier
Paolo Pasolini, si se enfrentó ante estas dos hipótesis, parece haberse
resuelto por una. Salò o le 120 giornate di Sodoma es una reescritura literal
del marqués, pero está claro que busca incriminar al fascismo de corrupción y
extravagancia asesina. En Pasolini, enfatizar Sade sirve para acusar a los sadistas.
En su Historia de la literatura (vol. VIII) Santiago Prampolini le concede a
Sade el eximio espacio de una nota al pie: «Una mención en nota basta para el
erotismo morboso y criminal propuesto teóricamente en la obra copiosa del
Marqués de Sade (1740-1814), especie de degeneración sexual conocida todavía
con el nombre de sadismo». Presumo que ambas lecturas, la del énfasis y la del
desprecio, soslayan la tesis más inquietante de Sade: el placer no puede ser
malo, ni aún cuando se desprende del crimen. La tesis es intolerante, lo sé,
pero he aquí el interés que depara el marqués, digamos, mejor, el peligro que
nos insinúan sus obras.
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